Aun recuerdo aquella
heladería que abrieron en mi barrio hace ya muchos años, todos los días o casi
todos después del futbol mis amigos se comían allí uno de esos grandes helado.
Yo siempre decía lo mismo, cuando ellos me preguntaban que si quería
uno.- No, no me gustan. Contestaba yo.
Cuando verdaderamente me moría por probar uno
de esos helados de mil sabores diferentes, pero siempre pensaba que ese helado
lo quería compartir con alguien especial, bueno no es que mis amigos no fueran
especiales, pero bueno ustedes me entendéis.- ¿Verdad?
Paso toda la primavera y el
verano que una vez más duro entre que acabo primavera y empieza el otoño, así
durante tres años desde el lunes de feria hasta mediado de octubre,
se llevo abierta aquella heladería
tres años. Hasta que un día la heladería cerro porque Meli la
heladera se traslado con su marido a Valencia a vivir. En esos tres años pase
muchas veces por la puerta con mis amigos y solo; y me quedaba mirando los
helados pero por esa estupidez nunca llegue a probar ni un poco esos helados,
esperando a alguien que nunca acabo de llegar. Con el tiempo aprendí que los
momentos hay que intentar disfrutarlos, vivirlos paladearlos solo o con quien
estemos en ese momento, porque ese día lo que cerro fue una heladería, pero
otras veces fueron etapas, momentos especiales que quizás como ese helado no
quise disfrutarlo en todo su esplendor por no tener con quien compartirlo.