Hace ya casi un año que te conocí,
en aquella planta de hospital. Sabes te podías haber llamado de cualquier forma
pero te llamabas Aida. Y bueno allí estaba yo haciendo migas con otra Aida esta
vez de ocho añitos y un pañuelo en la cabeza.
Antes de entrar en aquella sala la consigna era clara no se podía llorar
delante de los niños porque íbamos animarlos a que se olvidaran de sus males. Y
yo mientras hablaba contigo Aida, tuve que mirar para abajo muchas veces
respirar fuerte para que no se me quebrara la voz. Han pasado muchas tardes
desde aquella tarde de invierno en Sevilla.
Pero a veces me acuerdo de tu voz de tu piel blanquita y de aquel
pañuelo que tenias como una pirata que aborda el mar de la vida. Cuando estaba allí
contigo me sentía estúpido porque tú estaba jugando al escondite con la muerte.
Y me preguntaba que porque a ti. Que por que a lo mejor tu mirada azul algún día
se apagaría, con lo bonita que tu eres, pero bueno yo confió en ti en aquello
que tú me dijiste en tu cama que tú no te ibas a morir porque tu no querías morirte,
porque tenias un traje de flamenco nuevo, que tenias que salir con una varita
en tu hermandad de San Benito, y porque a los patos del parque alguien tiene
que echarle gusanitos. Y porque tú tienes que seguir alumbrando al mundo con
tus dos ojazos azules y ponerte en tu pelito rubio las horquillas de HELLO
KITTY, que te sujetaban aquel pañuelo verde de esperanza. Estés donde estés
gracia por aquella tarde, por haberme
dado una gran lección.
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