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viernes, 11 de noviembre de 2011

En la estación


Me dijo el otro día mi amigo José, que era mejor no esperar nada que por eso a veces después de un día que podíamos calificar de bueno. Como puede ser ir a trabajar, después ir a clase y más tarde al gimnasio o lo que es lo mismo salir de tu casa a las siete de la mañana y volver a tu casa a las nueve de la noche, comes, te duchas y cierras las puertas de tu cuarto. Y te invade unas terribles ganas de llorar. Quizás eso pase porque a veces tengo la estúpida sensación de que va a pasar algo. Como cuando estas esperando el autobús o el tren un día de esos que llegas tarde  y ves uno acercarse y te levantas del banco y resulta que tampoco es tu tren ni tu autobús. Y te vuelves a sentar cabizbajo mirando la hora desesperado.
Y en esta noche fría, mientras vuelvo a revisar mi billete ya arrugado y mojado de sudor y de alguna otra lagrima. Me siento en el suelo con la cabeza apoyada en una columna de mármol.  Mientras recuerdo a compañeros de viaje que se bajaron en otras estaciones o en los trenes que me baje yo, porque ese tren no me llevaba a ningún sitio. Y miro desesperado como otros llegan a sus destinos o cogen el tren que han llevado esperando tanto tiempo. Yo en cambio solo he conseguido hacer trasbordos que ni siquiera sé si me dejaron más cerca o mas lejos de mi destino.
Mientras tanto aquí sigo esperando, mirando sin parar el billete del tren y la vía en silencio y a oscuras y mientras espero me desespero y empiezo a dudar si vendrá algún día el tren si me equivoque al hacer trasbordo si me equivocado de arcén o simplemente ya he llegado a mi destino y no me dado cuenta.

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