Estabas intentando arreglar algo que ya no tiene arreglo
como que un día de lluvia sea de sol, por mucho que te empeñes y por mucho que
quieras y por mucho que lo desees es
imposible, que el cielo sea de colores. Pero a veces nos empeñamos en cosas
imposibles porque creemos que con desearlo mucho se convertirán en realidad. Y
en eso estabas tú intentando arreglarlo, con el por teléfono, si es que tu tenía
que arreglar algo. Pidiendo perdón por cosas que tu no habías echo callándote
otras tantas para que esta guerra civil acabara. Tu bandera blanca de la paz la
pisaba una y cien veces, mientras tú y no el solo tú escupías a tu dignidad.
Por mucho que le quieras o lo quisieras él, no merece tanto dolor ni él ni tu corazón.
Seguía la conversación con tus palabras y él como con una pelota de frontón te
las devolvía secas y con desprecio. Y porque te vas con ella le preguntabas
como si eso calmara tu dolor y él seguía haciéndote daño. En el final de la conversación
te pide que le olvides que borres su teléfono que cuelgues y tú le preguntas
que si está seguro que es lo que quiere. El te responde que si que si eres
sorda, te quitas el teléfono de la oreja y te lo vuelves a pegar, temblando
como cuando pequeña les tenías miedo a los nazarenos que veías por tu barrio. Y
entonces empieza a insultarte y tú piensas te convences que él no es así que está
equivocado que ya se le pasara. Y entonces te vuelve a pedir que le cuelgues en
ese momento sin pensar le das al botón rojo y cuelgas y como anestesiado buscas
por la R y le das a borrar y conforme te da un subido de golpe te da un bajón
con tres tirabuzones. Y un inmenso dolor se apodera de ti, están grande el
dolor que te cuesta respirar la vida se te derrumba con veinticinco años
quieres morirte y lo deseas con la misma fuerzas con la que lo amas, pero como
te dije al principio por mucho que desees el cielo mañana no será de colores.
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